Otra vez se acerca a mí, a nosotros, un aniversario más de la Revolución Popular Sandinista, y yo la siento así, con todas sus letras y palabras, con las manos unidas al FSLN, esas siglas que en 1979 dejaron su secreto al aire y nos reconocimos como hermanos.
En estos días rememoro aquel deslumbramiento de luz, aquella ancha sonrisa tendida de lado a lado en Nicaragua, cubriendo piadosamente heridas y muertes. No había lugar para angustiarse, el sol estaba saliendo y nos indicaba el largo y difícil camino que estábamos por emprender.
Con el corazón agradecido a todos los caídos, recogimos su empeño y su sacrificio y enarbolándolos muy en alto, empezamos a desenmarañar como construir la patria que soñamos, la patria justa, solidaria, la patria para todos.
Estudiamos mucho para conceptualizar el sandinismo de Sandino, de Carlos Fonseca y de la realidad que nos tocaba vivir, de eso ha habido y habrán muchos comentarios y contrapuntos, desafortunadamente también hubo y habrán divisiones y luchas que en 1979 no me imaginaba.
Por eso quiero recordar nuestro 19 de Julio, no solamente el río de pueblo palpitante que se unía y celebraba, sino de los sentimientos puros y generosos, de la mística de esa época gloriosa. No estábamos engañados en cuanto a que la nueva lucha apenas comenzaba, pero la emprendimos con entusiasmo y mucho amor.
Cada día faltaban horas para trabajar en el lugar que nos colocaba la historia, para además hacer turnos en el puesto de mando del lugar de trabajo, en el local de Zonal y después, en medio o antes, ir a cortar algodón, café, pertenecer a las milicias populares, ser vigilante del barrio y estar en un CDS.
El horario laboral pasaba casi siempre de las 12 o 15 horas, además de los trabajos voluntarios y del sinnúmero de tareas en que nos entregábamos, y no devengábamos siquiera 50 o 60 dólares al mes, sin quejarnos ni exigir más.
Recuerdo la voz de mi hija con sus escasos 6 años diciéndome: mamá yo se que tu estás trabajando mucho por nuestro futuro pero yo quiero verte ahora, y entonces tuve que buscar el tiempo donde parecía que ya no había, pero que necesitaba encontrarlo para formar a los hijos.
Una mañana soleada mientras desayunaba con mi uniforme verde olivo puesto, el gallopinto de arroz con frijoles “Viterra” grandes y fofos como las vitaminas y le agregaba a mi café el azúcar morena que se nos suministraba, vívidamente recuerdo que una gran paz me invadió, sabía a ciencia cierta que, por mi cercanía al CDS de la Comarca de Nejapa, todos y cada uno de los vecinos comarcales a quienes conocía de nombre y apellido, tenían también su huevo, frijoles y azúcar morena en su mesa y además leche para cada niño, como lo había para mis hijos.
Esa mañana fue para mi el despertar a un “estado de gracia”. Entonces tomé conciencia y mi trabajo adquirió el sabor de la justicia, todo lo poco que yo estaba haciendo, lo hacía para todos, lo poco que yo tenía, lo teníamos todos.
En el centro de salud habían médicos dedicados, también muchos médicos cubanos que venían a curarnos sin cobrar y medicinas que antes no conocíamos, pero las recibían no solo los dirigentes sino todo aquel que las necesitara. No me invadía la tristeza al ver vacíos los supermercados pues estaba consciente de que antes éramos una minoría quienes disfrutábamos de estantes llenos con productos extranjeros, de ropa de marca y de azúcar refinada, pero ahora con una tarjeta de “racionamiento” como la llamaban en alusión a las tarjetas de los cubanos, todos lográbamos el mismo alimento básico.
Mis sobrinos se unieron a la jornada de alfabetización y conocieron de muchos lugares donde no llegaba ni se conocía la sal ni el azúcar. Lugares donde no habían médicos, si acaso alguno que otro curandero de buena o mala fe, pero al concluir aquella memorable jornada ya se habían abierto trochas o caminos para suplir a quienes antes no tenían nada. La derecha nos acusó entonces de estar igualando la pobreza.
Pudiera haber escrito entonces, como era mi manía el hacerlo, sobre rumbos menos populistas (palabra que entonces no se usaba) de como hacer crecer la riqueza para que todos pudiésemos obtener más bienes en el reparto equitativo de lo que producía nuestro trabajo, pero entonces estaba deslumbrada por ese brillo de equidad y solamente trataba de hacer mejor lo que estábamos haciendo y tratar de llegar hasta donde queríamos y podíamos llegar.
Siento una profunda devoción por el recuerdo del arribo de combatientes parientes, amigos, y aún desconocidos, que llegaban a nuestro hogar, polvosos, picados de zancudos, hambrientos, pero con los rostros luminosos, ay! aquellos abrazos interminables, las anécdotas homéricas compartiendo un café milagrosamente conseguido.
Hay muchas otras cosas que para mí significan este aniversario, como aquella confianza de poder llevar en mi coche a una pareja desconocida que estaba pidiendo “raid” en la carretera, que hoy no llevo aún sea una madre con su niño; se calienta mi alma al recordar aquella solidaridad incondicional y gozosa de ayudar a otro sin desconfiar. Hoy ya no abro la puerta de mi casa a un desconocido como antes se la abríamos a todos, cuando todos éramos hermanos.
¿Y como olvidar el olor a la Plaza?, El calor de multitudes afines, las canciones ya no cantadas sino casi “berreadas” de entusiasmo, el sabor del sentimiento de que éramos un solo pueblo.
Hoy no estoy ahí, ya no me encuentro a mí misma como perteneciente a la hermosura de una nación que quería regirse por la justicia, aquella tan cercana a la que Cristo predicó y que nos unía a cristianos y no creyentes en un solo puño cuando entre cristianismo y revolución no había contradicción.
También hoy, muchos años después y en las circunstancias actuales aún repito con el Comandante Carlos Fonseca: Soy optimista respecto al futuro de la lucha revolucionaria en Nicaragua, lo que no quiere decir que no añore la mística perdida, ni ignore los grandes obstáculos que tenemos por delante.
María Elsa Vogl
Colaboración como Miembro del CNE para: “A 30 años del Triunfo de la RPS”